Esa repostería nos recuerda que llega el invierno, y los frutos secos que tiene en su receta nos aportan la energía para combatir la falta de luz y calor de ahí fuera
Que las tinieblas de Halloween no nos oculten el sabor de la tierra: termina octubre y arranca noviembre en medio de la fría y escalofriante fiesta de Todos los Santos, cuya vertiente gastronómica, esa repostería que protagonizan los panellets, los huesos de santo y los buñuelos, nos recuerda que llega el invierno, y los frutos secos que tienen en su corazón estos postres nos aportan la energía para combatir la falta de luz y calor de ahí fuera.
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Cuando vinieron los Romanos, se empezaron a producir sincretismos entre los rituales celtas y los del cristianismo. El panellet es pariente del mazapán. “Característico de Cataluña, Baleares y algunos rincones de Aragón, la primera variedad que apareció era empiñonado, y como panecillo, se vinculó al ritual cristiano de llevar pan a los altares y a la tradición arraigada en las Baleares de repartir pan, entre los pobres y necesitados sobre las tumbas, el día de los Difuntos”. Los huesos de santo nacerían después, como “una variación del panellet. Se dio por primera vez en Aragón, en una época en la que el catolicismo intentaba destacar lo incorrupto”. En cuanto a ese estallido de sabor que son los buñuelos, aterrizaron en nuestro mantel a través de los árabes.
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